miércoles, 3 de julio de 2013

Va Por La Vía

Existe en mi una clara atracción hacia lugares recónditos de difícil acceso. Recuerdo inspecciones de equipos enormes, hueco de tierra -disque mina de cuarzo- en medio de un bosque visitado por niños de un plan vacional, excavación detrás de una absurdamente larga y polvorosa carretera de tierra.

Mas lo recóndito no lo hace suficiente. Ahora que lo pienso, siempre que he sentido tal vapor ascendente desde el fondo de mis pulmones por el cuello hasta mi paladar y cerebro, ha habido alguien más conmigo; al menos una persona que también está consciente de lo rebuscado de tal lugar.

Y no sólo eso basta. Existe un tercer elemento indispensable. Es necesario que estemos haciendo una actividad particular. La que sea. Obligada o espontánea. Trabajar, inspeccionar, cavar, esperar. Algo que nos haga pasar el tiempo desapercibido y deje claras imágenes grabadas en la memoria.

Creo que es allí donde reposa la melomanía bajo lo vanguardista o lo novedoso. O el placer de entrar en una nueva clase y conocer gente.

Cuanta tranquilidad y ligero éxtasis me da lo banal de algunos recuerdos me hace dudar si es justo calificarlos así. Como cuando hacía la cola de taxis para subir a la Miranda y de repente me perdía viendo hacia el último piso del Unicentro. Inclusive en medio de ese infinito cuchitril sin paredes, creo que todo lo demás se desvanecía intermitente y plácidamente.

Casualmente, nunca supe yo cómo se subía a ese salón del centro comercial.