lunes, 12 de noviembre de 2012

sábado, 27 de octubre de 2012

De Vidas y Barras

La soledad pega fuerte cuando uno inocentemente se enamora de ella. El caminar. Pensamientos constantes en delirios de compañía que se materializan en la distancia de los obstáculos que la obstinación propia anima. La cuenta de una pareja de extraños. Nada nos acobija en una cama tan grande. Nadie nos regocija cuando de repente llega una noticia sin aviso. Nadie explica el sin sentido. Ni si quiera hay alguien que lo intente. Sólo alguien en la barra. Pide carpaccio. Sólo la mesera que sonríe y acaricia tu espalda. La vista nublada cegada en la credulidad de un astigmatismo exagerado por la necesidad profunda de tener un descanso. El tiempo que se acaba. Y reinicia sólo para ser insuficiente otra vez. La lujuria de los restaurantes y del medido pedido. Las actitudes entre la sosobra de no actuar en cercanía. Acariciando constantemente a la soledad inexistente. La soledad que acontece en el extraño. Éste. Sentado 4 sillas a la derecha indeciso entre el querer o no querer un digno digno sentimiento. Como el que siento justo ahora. Puntual como el salmón.

martes, 16 de octubre de 2012

En Más De Dos Años

Qué fidelidad la asociada a mantener un espacio cibernético como este activo. O constancia evolucionada e interrumpida. Porque la primera entrada que fue publicada en 2009, a pesar de haber sido escrita por una persona muy distinta, tiene los destellos de los mismos dedos que hoy teclean.

Para dejar en claro, hoy es Martes 16 de Octubre de 2012 y yo me encuentro a seis minutos de retraso de mi cita con mi densa rutina. Gracias, gracias que tengo como romperla, como rompiéndola cuando me da la gana. Están todos invitados a la fiesta.

Ya dije que los días están todos pegados y que las semanas pasan y yo no las cuento. Vivo en el aspirar  de poder hacer banalidades pero cuando algo de tiempo llega para ellas pues decido no hacerlas y en vez me dejo influenciar por la invitación de ir afuera y respirar algo de aire, algunas veces mía otras no.

El pueblo es bonito y limpio, aunque no se compara a París. Y la gente es agradable, aunque no se compara a la de París. Y para ser algo justo, debo decir que no conozco a toda la gente de aquí, ni a toda la de París. Pero igual, quisiera quizás estar viviendo ahora en París. Quisiera, y ya. Por una niña bonita quizás. Una por los momentos.

Ya no bailo en público, ni duermo hasta tarde. Me cocino para mi y prefiero fregar a usar el lava platos. Mi iPod encendido se ha vuelto un placer supremo y un buen amigo hasta el punto de lo extraordinario, y mi computadora se ha extendido. Me encuentro aún mentalmente activo. Gracias.

Pero no soy el mismo. No señor. En estos años he cambiado. Pero puedo decir con gusto. Nano, aquí estamos.

Pa' lante hermano!

Sobre el Piso de Carlos Cruz-Diez

Recuerdo bien la imagen de la última vez que vi a mi familia en persona. Recuerdo el sentimiento aguantado que amenazaba mis rodillas y hacía mi bolso de mano más pesado. Recuerdo el haber pensado en cuál sería la cantidad apropiada de voltear, pensando en medida, como suelo hacer, y por primera vez haberme desbordado en sentimiento, nublado el método y ahogándome finalmente en queriendo, queriendo en vez de midiendo. Probablemente la jaula más fuerte y más propia visceral que he experimentado.

Recuerdo la cara de mi hermano. En esa última imagen recuerdo bien la cara de mi hermano porque creo que fue la única que no pude ver en los abrazos. En los abrazos recuerdo la fuerza y el agarre de mi papá. Recuerdo a mi mamá con una sonrisa de lágrimas y Michelle de hombros encogidos. Recuerdo la estancia y alineación de mi familia en ese último segundo, forzado último ante una puerta especular cerrada inesperadamente a unos pocos pasos.

Hasta hoy tal fue la última vez que vi a mi familia en persona.



Vislumbro con cariño y deseo la próxima vez que pueda verlos.


Treinta de Mayo de 2012 - ## de Abcde de ####.

sábado, 6 de octubre de 2012

Venezuela 2012

Llevo dos horas viendo sin parar Erika Tipo 11 en YouTube, particularmente la sección frente a la cortina roja. Me gusta demasiado cuando contiene la risa sin éxito, como se vuelve su cara.

En esa larga sesión he reído placenteramente y me he asegurado de formar parte del público. He reaccionado y opinado y pretendido que ella me mira directamente a mi.

Ahí o aquí me vi envuelto en temas que me gustaría comentar a mi alrededor y una vez más me sentí abordado con ganas de estar rodeado de mi país. Y, aunque conozco claramente sus incomodidades, quisiera estar en Venezuela.

Es sencillo sentirse cálido y recogido en un país que nos alimenta de si mismo y sin querer nos aísla.

Sin embargo. Confieso tranquilo que no renunciaré a mis metas.

domingo, 26 de agosto de 2012

Juicio a Discreción

Tantas veces he sentido la fuerza de lo que me impulsa a euqivocarme. Y yo ayer volteé una forma y dije que era detallista, perfeccionnista.

He estado perdido un tiempo en la negligencia, per es intermitente. Suele poder perderme en lso pensamientos o en algún trabajo a entregar. Aisgnaciones o pérdida de tiempo.

"Es cuestión de dejar una marca, de no pasar desapercibido. De entender, concretar o no. Disfrutar, releer, alejarse del juicio para notar un motivo ulterior que lo jutifica. De sentirse mal para poder hacer algo, lo que sea.

Dejarse apasionar o apasionarse a drede. Buscar algo en el mar con la más minima idea de lo que se está haciendo. Ser invencible contra las rocas hasta el dolor de cabeza.

Hacer, escuchar. Sentirse dentro de algo falso hasta encontrar la verdad. Llenar las asignaciones hasta que puedas realizarlas. Llenerlas de pensamientos, distracciones, concentración múltiple. Presionarse hacia donde tu crebro te indica. El cuerpo, los pies, lo que sea.

Rutina, no te abandonaré pero te tendré en la mira siempre. Porque? Porque creo que puedo ser la persona que le da la espalda a algo lógico para buscar lo que quiero.

domingo, 29 de julio de 2012

De Puerto a Puerto

Tengo esta idea en la cabeza.

De una relación establecida y reafirmada en momentos donde internamente se siente la grandeza de una conexión genuina y valiosa me quedan los recuerdos. Las sensaciones cotidianas de que ella se encuentra presente sólo se condensan en pensamientos de horas particulares: cerebro de intérprete a generador. Tacto y lectura invalorables por la simple acción de compartir algo personal de tal día, de la intimidad de la que algunos extraños formaron parte, del tropezón y de la queja son notablemente archivados.

Y ahora veo lejos ese contacto, prueba de una conexión establecida y reafirmada. Mas no se ha ido ladrón. En vez me ha dejado la capacidad de percibir cuando estos nuevos extraños me convidan una parte simple de sus vidas, y luego valorarlas, que es la parte más importante.

Gracias a la distancia sólo las memorias son valederas. Pero gracias a mi relación con ella puedo construir nuevas y sanas para mi mente.

Gracias verde.

martes, 17 de julio de 2012

Tazos, carros y bolondronas.

Cuando era pequeño en algún momento me di cuenta de que mi manera de ser variaba en función de quién me rodeaba. Desde ese momento, que pudo haber sido muy puntual o muy extenso y discretizado, he sentido un aire de equivocación rondando el asunto.

Adaptación. Esa ha sido la palabra que ha descansado en el fondo de mi subconciente aportanto desde atrás pobres destellos de tranquilidad que me hacen sospechar que después de todo quizás "estar dividido" no está mal.

Pero. Todos me llegaron a ver como un niño inquieto, por lo que sospecho también, en contraposición ortogonal, que la imagen que proyectaba hacia los demás era muy estable y constante a lo largo de los distintos grupos entre los que me desenvolvía; dejando así, entonces, la idea de estar dividido atribuido a el hecho comprobado de que suelo sobre analizar mis alrededores.

No sé la respuesta. Y cuando voy por ella, se vuelve aburrido.

Pienso. Ser inocente de pensar que no dejo filtrar la mayor parte de mi en conversaciones banales o diarias. Ni si quiera eso... Sólo gestos, miradas. ¿Ser tan inocente? Me molesta.

Me molesta mientras me molesta no considerar la posibilidad, a su vez, de que soy un camaleón. De que soy víctima de mi propia forma de ser y absorto en ello no detecto como me adapto a cada quien. Después de todo, sé que soy adaptativo.

¿Cómo afirmar, después de leer esto de que soy uno solo? y ¿cómo controlar la arrogancia naciente al sospechar de que soy muchos? cuando claramente me encanta.

Siento es justo ahí donde percibo el roce ligero de un aroma flotante y perdido deambulante a maldad. Maldad en potencia.

Como naciente y tímida, controlada externamente en un niño que le encanta jugar.

Ser capáz de engañarte a ti mismo. A drede. Con el enredo del enredo para voltear tu mente a la inversa y dejarla insegura, desorientada. O simplemente divertida.

martes, 27 de marzo de 2012

Una puerta, miles de telas y una metra.

Luego de una serie de días en la casa hoy, impulsado por la solicitud de ayuda por parte de mi madre, salí a la increíble Caracas.

Iniciando el día en conversaciones con mi padrino mientras conducía hacia su negocio, ya el cerebro se me estaba relajando poco a poco. Lo siempre actual que llena las palabras de mi tío suele mantener mi mente en un estado de constante movimiento a través de temas que, a pesar de estar al alcance de todos, yo suelo por alguna razón desconocida constantemente bordear. Ni me acordaba del dolor de rodilla que había comenzado ayer.

Era aún temprano cuando salimos a disfrutar del tráfico de la ciudad. Y no hay ironía que quepa en la previa afirmación porque, como les venía comentando, la conversación es amena.

El primer sitio a parar fue uno en San Agustín donde recolectamos información varia acerca de los controles remotos utilizados para abrir automáticamente la reja de nuestro edificio. La puerta de entrada del local era de máxima seguridad: al tocar el timbre se iniciaba una grabación en voz elevada explicando cuáles eran los horarios de atención al público, mientras que, un par de segundos después, sonaba el motor eléctrico encargado de mover lateralmente lo que parecía una pared dudosa, que en realidad resultó ser la entrada al sitio. Muy impresionante.

Ya idos de San Agustín fuimos a parar en Sabana Grande donde, luego de estacionar la camioneta frente al local de un viejo amigo de mi padrino, nos encaminamos hacia el boulevard y, en definitiva, a la tienda textil El Castillo. En esta visita aprendí mucho acerca de mi.

Entramos e inmediatamente tomamos las escaleras mecánicas hacia el nivel de arriba. Mientras caminábamos junto a los cientos entre miles de rollos de tela mi tío los tanteaba, quizás memorizando perfectamente cada una de las texturas en cuestión de mili segundos, o mejor aún, quizás simplemente disfrutando la diferencia entre ellos.

Lo estrecho de los pasillos, producto de la gran cantidad de telas almacenadas y expuestas en el local, daban la impresión de que cada nivel más alto era un lugar más recóndito y exclusivo, donde qué madre o amigo se imaginaría que su conocido estaría ahí. No estaba desolado ni estaba lleno, ni si quiera poblado o concurrido. No estaba incómodo. Cada nivel, inclusive el último, estaba cómodamente ocupado por pocas personas cuyas miradas y comentarios al acompañante llenaban el sitio de cotidianidad y preocupaciones simples. Subimos hasta el último nivel, el cuarto.

La conversación de dos muchachas que también compraban telas allí, entre los rollos que conformaban el foco potencial de la búsqueda de mi padrino, me hizo sentir esa sensación de que en algún otro momento de mi vida, de manera inadvertida, recordaría aquel momento que, según alguna racionalización incrustada en la lógica cotidiana, no tendría ninguna particularidad que le proporcionase suficiente potencia para imprimirse en mi memoria; cosa que no tendría mucho sentido si considerásemos lo frecuente de la aparición de situaciones como esta.

Ya se había elegido el cuero sintético del que se recortarían los cinco metros necesarios cuando le pedí permiso a las muchachas, con una gran sonrisa en la cara, para poder circular por la delgada brecha. Me detuve unos pocos pasos más allá, en un espacio ligeramente más amplio al final de pasillo y poco a poco fui inconscientemente borrando la sonrisa de mi cara.

Ahí de pie vi subir un grupo de cuatro señoras de piel muy blanca y cabellos rubios dialogando en un idioma distinto a los que reconozco. Eslavo diría mi papá. Pasaron y se adentraron en algún sitio más allá de mi interés.

Esperando, ahora mi tío y yo, junto a tantas telas él se acercó a la escalera mecánica y me dijo -vámonos, esperamos a la muchacha allá abajo-. Adiós al cuarto nivel de El Castillo.

Llegamos nuevamente al primer nivel y, por alguna razón que ahora no puntualizo, caminé vagamente por el sitio, deteniéndome de vez en cuando para mantener una postura erguida.

De pie, quizás en la tercera o cuarta vez en la que me detenía erguido, vi pasar una señora con un niño pequeño, de unos dos o tres años de edad, que me inspiró una gran sensación de diversión simple y apego hacia los juguetes.

Como la tela no llegaba, las detenciones y la divagación se alargaron, sin necesidad de yo haberme exasperado o aburrido.

Estaba nuevamente de pie, en otro sitio del nivel y con la vista en otro ángulo pero en el mismo pasillo y en la misma sección, cuando noté un metra en el suelo. La recogí y empecé a jugar con ella entre mis dedos, sobre mi palmas, mientras reconstruía en silencio una conversación que se mantuvo en alguna clase de la universidad, donde hablaban los estudiantes con el profesor acerca de objetos que, por tener algún valor impreso por alguna persona, salían del mercado social hacia un punto doméstico.

¡Qué valiosa la metra! Valiosa porque quizás algún niño en alguna parte estaría recordándola con nostalgia: sentimiento que siempre me ha atraído. Y yo, queriendo mantenerla viva, digna de un buen puesto dentro del mercado social, luego de jugar un rato con ella, me sentí tentado a dejarla donde la había encontrado. Sin embargo, no quería exponerla ni si quiera a las posibilidades del desecho o el abandono.

Así que me la traje. Coloqué la metra en mi bolsillo y la transporte conmigo hasta mi casa donde, en un intento de darle más valor del que algún niño pudo haberle ya impreso, un valor más reciente, la sujeté frente al balcón y miré fijamente el cielo a través de ella, invertido, e hice el esfuerzo de recordar fuertemente esa diminuta imagen en mi memoria. Imprimirla. Tuve que hacerlo tres veces, puesto que en las dos primeras, justo antes de soltarla, me daba cuenta de que ya la había olvidado.

Luego la coloqué en una esquina de la sala, en una especie de jardinero de piedras, donde sé que, a pesar de no pasar desapercibida, sospecho no despertará las ganas de nadie de sacarla de ahí, y botarla.



La memoria y las sensaciones actúan de una forma muy curiosa. Nos definen mucho entre las cosas que descartan y aquella a las que se aferran sin razón aparente.

Precisamente esa razón es la esencia de lo que nos diferencia y define. Hoy me conocí un poco más porque me di cuenta de que me gusta divagar.
Divagar entre lugares y sensaciones.

lunes, 26 de marzo de 2012

Lo MEJOR de estos días caseros

Michelle, Eduardo y yo estamos en el cuarto.
Suena el teléfono de la casa y mi mamá se lo trae a Michelle para que lo atienda.

Michelle: -¿Aló?
Desconocido: Buenas noches, ¿por favor con Michelle?
Michelle: -¿De parte?
Desconocido: De Dancel.
-Click- Tuuuut Tuuuut Tuuuut.

Los otros tres ponemos una cara de guadejel?

Michelle: -Era un primo de Isabella que me cae mal.
Eduardo y Nano: JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

¡Gracias Pheifer!
Eres demasiado.

viernes, 23 de marzo de 2012

Mis Credenciales

Heme aquí con mi pluma profesional escribiendo en la página siguiente a ideas que he olvidado.

Estos días han estado llenos de una soledad resonante en la vista de los demás. Sin embargo, he logrado mantenerme lo suficientemente distraído como para no habérmelo hecho notar con fuerza.

Hoy argumenté tranquilamente y sin trabas que mi soledad actual está conscientemente dictada, regida por el código de no buscar compañía cuando sabes que esta requerirá mantenimiento, así sea aquel tácitamente impuesto en el derecho que tenemos todos los seres humanos que respiramos. La verdad es que el argumento es válido y verdadero puesto que llevo días pensándolo y espontáneamente solidificándolo entre afirmaciones que me han hecho sentir mi propia compañía: establecerme claramente como quien quiero ser cuidándome de no quedar estampado en una etapa de la metamorfosis.

Todo se ha ido concretando en mi aceptación de este momento, identificado dentro de mi vida como un punto potencial y necesario, y querido, para la definición moderna de quién seré ahora, ya ingeniero. Muy por debajo, callado, estoy cargándome de expectativas en ofertas para las que ya he aplicado.

Una vez más se me ha hecho extremadamente sencillo convencerme de que lo que ocurrió es que se acabó la película. Ahora toca levantarse del sofá, hacer el cambio de disco y darle de nuevo al botón play.

Uno de los tweets antiguos que hace poco me vi tentado a rescatar recitaba "sólo aquél quien tiene su copa vacía es el que en realidad puede decidir qué tomar". No lo rescaté a la luz pública, pero si me puso a pensar. Y entonces me conseguí obstinado y renuente a la idea del reconocimiento de algo que realmente me guste, o al menos lo suficiente como para acobijar la carnal idea de no dejar ir.

En realidad mi proceder se ha vuelto sucesivamente sabio, en ascenso además, porque me he acostumbrado a la evaluación continua; modelo que casualmente es compatible con relaciones no asfixiantes, no confusas, ligeras: deseadas: definirme como adulto para que ella me encuentre, identifique y finalmente me quiera.

El ejercicio actual se ha revelado como sano porque constantemente me enamoro de mi libertad, de mi despreocupación, de mi anhelo por tallarme en definitiva la necesidad y capacidad de asombro.

Es necesario que el pilar esté firmemente plantado para que el arrastre por una buena corriente tenga sentido. Y justo ahora estoy plantado, firme, como nunca antes, además.

Sólo queda el potencial. Mas cambiará con el ingreso de nuevas variables en mi vida, volviéndome más genuino, más identificable yo por mi mismo. Acoplado.

Ser un cliente fijo. Y en otros restaurantes no.

A veces siento la soledad desperdiciada.