jueves, 22 de julio de 2010

El mundo de las ventas es duro

y se llama Tierra.




Es un centro comercial de diseño moderno, con mucha publicidad, colores y pocas ventanas al exterior. Un señor de cincuenta años entra a una tienda de venta de zapatos y a los seis minutos aparece un muchacho de veinte años listo para ganarse la segunda comisión del día.
Lo aborda y empiezan a rodar las dos películas en paralelo.

La escena consiste en una cantina del lejano oeste. Se siente el vapor, se escucha la armónica, el viento sopla pero afuera, una bola de paja. El cantinero pule un vaso con su pañuelo rojo y mientras los abanicos son agitados con más insistencia para poder secar las blusas victorianas retumba la patada contra la puerta doble. El golpe del hierro contra la madera le da paso a una silueta oscura y maloliente.

Del otro lado del casino, opuesto a la entrada, el anfitrión observa callado y semisonríe virando los ojos hacia abajo, las cartas no le fallarán. Recupera el semblante y al verlo pasar le incita a jugar una partida con una oferta que a primeras parece insuperable. La sonrisa cómplice junto con un firme saludo afinca en el otro la idea de que nuestro astuto joven sabe moverse en el juego; hará de La Zorra una experiencia divertida. Los trajes pulcros.

Se detiene junto al tablón y con chasquidos indica que no andará con pendejadas en el negocio. Mira su vestimenta con repudio y le pide una mano al sentarse de golpe planeando la mirada por el lugar. Que se sepa bien quién es el que manda. -¡Y más vale que te apures!- Le reclama. Pero el muy condenado no tiembla. Discreto observa cómo sus manos empiezan a barajar con agilidad y precisión. -Sucio. Seguramente estás bien entrenado, no eres primerizo... Jum. Veremos cómo te desenvuelves más adelante- piensa el inmundo.

Nervios desviados de la cara, suenan incesantes los zapatos contra el suelo.

Se escucha un leve bullicio en el fondo acompañado por fichas resonantes, chips. Mujeres de vestido escarlata sonriéndole a los jugadores, afincadas del hombro derecho de los ganadores.
-En la noche de hoy tenemos una promoción especial, al jugar tres manos le regalamos un llavero encendedor- comentaba veloz al repartir. -Pronto notará que sólo le tomará un momento salir triunfante por esa puerta. Pero primero me tienes que decodificar...
>>Mi estimado señor, para jugar La Zorra es necesario aislar la mente, virar los ojos, oler las cartas. Es el juego de los escritores de publicidad, de los dueños de burdeles, de las sectas universitarias, el favorito de Simón Bolívar. A ver, a ver, parece que esta mano le sirveeeee pero no es así. Sabremos al principio del final de la anterior, sabremos cuando los juicios dejen de oscilar, cuando cambie la seriedad sin sacar la sonrisa. ¡Oh!

-¡Esta porquería no me sirve imbécil! A ver si nos vamos entendiendo. No me interesa si no te gusta lo que escupo o tu chalequito londinés, mira que para quitarme las botas no necesito ni tus tres segundos de ventaja. Ve apurando el paso, amarra el ritmo y haz lo que te diga. El juego lo barajarás tú, ¡pero las barajas me pertenecen a mi! lo controlo yo. -Atropelló con voz ronca. >>Ahora, cámbiame este ocho por un ocho y medio de otra pinta. Negro mejor, aguanta la respiración. Un, dos, tres, shot de tequila. Argh... ¡Un dos tres shot de tequila! Vira, vira. Seguimos, atrás dos piezas, vira, vira, ¡revolver! ¡Ja! Vira, vira, vira... Ahí tienes niño, aquí está mi mano. Eres un inútil.

-¡Caballero! ¿Otra mano? No se levante, usted

-Lo siento John, pero el jefe se va por otro camino. No hay venta.

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